martes, 5 de octubre de 2010

Las aventuras africanas de Calamardo (III). El viaje a Melilla en barco (y2)

La tormenta perfecta
Al divisarse el Cabo de Tres Forcas en el horizonte, ya se nos está anunciando que el continente africano está cerca y que el viaje ya ha pasado su ecuador. A lo lejos, por donde se pone el sol, al oeste, se divisaban lejanas unas nubes muy compactas y las cortinas de agua que podían verse caer nos indicaban que en ese punto estaba lloviendo a mares (nunca mejor dicho).


La verdad es que en ese momento la naturaleza nos tenía guardada una sorpresa impresionante que yo, por lo menos, no había visto nunca. En este punto de la travesía el barco enfila el continente africano y, aunque sólo se puede ver la parte del Cabo de Tres Forcas, que es una pequeña península afilada, por detrás se encuentra el resto de África. Tuvimos, además, la suerte de que un grupo de unos 10 o 12 delfines vinieron a saludar la presencia del barco, dando saltos sobre las olas. El de los delfines es un espectáculo habitual en estos viajes, sólo hay que tener la suerte de estar en el lateral del barco correcto en el momento preciso, como lo estábamos nosotros. Fue imposible hacerles una foto, eran demasiado rápidos.


Para hacernos una idea del entorno geográfico que rodea a Melilla: el Cabo de Tres Forcas, la Mar Chica, y las Islas Chafarinas, situadas sobre el Cabo del Agua.

El caso es que los delfines fueron los teloneros del espectáculo principal que vendría poco después, o más bien ya estaba empezando. En un momento dado, primero a la derecha del barco (oeste) y luego extendiéndose por todo el horizonte, empezaron a producirse unos relámpagos en la lejanía. Una gran tormenta eléctrica iba a afectar a todo ese terreno que se extiende desde Tres Forcas al Cabo del Agua, y que desde el barco se divisa en el horizonte sin problemas. Lo mejor de todo es que tuvimos suerte y ya estaba anocheciendo y poco a poco la oscuridad fue cada vez más completa. Los rayos se sucedían unos a otros iluminando todo el horizonte, partiendo desde las altura en las nubes y llegando hasta el mar. Otras veces los rayos se ramificaban y una parte bajaba a tocar la superficie del agua, y otras ramas del mismo rayo se repartían por toda la masa nubosa, iluminándola. Si había suerte, además, los relámpagos hacían brillar las nubes desde su interior con una gama de colores luminiscentes impresionante. Fue increíble.

Por mucho que intenté recoger uno de estos rayos en una foto, fue imposible. El aparato eléctrico fue cobrando cada vez más fuerza y ampliándose geográficamente. A cualquier lado del barco era impactante ver el espectáculo de los rayos y relámpagos que iluminaban la noche que ya nos había alcanzado: una tormenta electríca a la derecha, con el epicentro en Melilla y Nador; y otra, por la lado izquierdo en pleno territorio marroquí. Y la negrura de la noche, en medio del mar, aumentaba la espectacularidad de las imágenes a las que estábamos asistiendo. A nuestra derecha, en territorio marroquí, en pleno Cabo de Tres Forcas, un sinfín de luces salpicaban el terreno, que son las aldeas de las que hablamos que se divisan desde las alturas en los viajes en avión, y al fondo, lejos, las luces de Melilla y Nador, predominantes. Los rayos y relámpagos iluminaban fugazmente el territorio y las montañas de la costa se mostraban completamente ante nosotros, para aumentar más, si cabe, la dimensión de lo que estábamos viendo.

En realidad el barco iba directo hacia la tormenta que venía de Melilla, o bien ésta iba hacia nosotros, da igual. El caso es que en un momento dado el barco se encontraba en mitad de las dos tormentas, la que venía desde el lado izquierdo y la que nos pilló por el lado derecho. Aquí también tuvimos fortuna pues la tormenta sólo afectaba a la atmósfera, y no al mar, ya que no había temporal y el barco navegaba con total tranquilidad sobre unas aguas tranquilas. Yo me encontraba en cubierta intentando, sin conseguirlo, tomar una foto de todo aquello y de repente vi que la gente salía corriendo hacia el interior del barco, y es que estaba cayendo el agua a jarrazos, pero yo no me había enterado, porque estaba situado justo debajo de uno de los botes de salvamento que impedía que me mojara. De ahí que de vez en cuando se me acercara algún marroquí con cara de incrédulo (al principio no entendía yo aquella actitud) que intentaba comprobar por sí mismo si es que yo era una especie de Moises que abría el agua de la lluvia con mi presencia, o simplemente quería cerciorarse de que mi improvisado refugio funcionaba perfectamente. Y es que, debido a la oscuridad y al propio ruido de los motores del barco que ocultaban el sonido de la lluvia, no me dí cuenta del diluvio que estaba cayendo hasta mucho después de que éste comenzara.

Conforme fuimos llegando a Melilla, la tormenta fue pasando y la dejemos atrás y el tiempo fue calmándose. La verdad es que fue la primera vez que ví algo parecido en el barco y durante casi tres horas pude asistir a algo realmente impresionante que, imagino, será complicado que vuelva a repetirse. En otra ocasión, más concretamente el segundo viaje que realicé en barco hacia Melilla hace ya muchos años, me encontre con un temporal tremendo, y la mala mar fue la protagonista de todo el viaje: horas y horas montado en una montaña rusa que terminó cuando salí por el barco por la bodega, dando un pequeño salto para llegar al muelle... Madre mía. Siempre recordaré aquél cascarón con cariño, se llamaba "Ciudad de Salamanca" y es este:

Foto extraída de aquí sin permiso del autor

El caso es que según pone en esa web, fue vendido a una compañía marroquí y, de hecho, el pobre barco, al que le cambiaron hasta el nombre, aún puede verse desde hace años desde Melilla, anclado siempre en el mismo sitio del puerto de Nador, visiblemente escorado sobre uno de sus laterales. La verdad es que me da un poco de penilla verlo así, abandonado. Por dentro tenía una decoración muy setentera, y tenía su pista de baile y todo con sus bolas de cristales, joder, parecia que en un momento dado saldría Tony Manero a darse unos meneo, coño. En fín,  imagino que es el destino de muchos barcos, ¿no?

¡Joder! menudo viajecito aquél. Era la época en la que viajaba solo y en butaca, y nada más embarcar, viendo el tiempo que hacía, decidí que me sentaría en una silla de las que estaban en el "salón de baile" que tenía aquel barco y que no me movería ni me levantaría a no ser que llegáramos a puerto o escuchara las sirenas de alarma para la evacuación en caso de naufragio. Durante el viaje, sentado en mi silla, tenía una visión privilegiada del temporal, ya que la sala se encontraba en la proa del barco y unos grandes ventanales (la segunda fila de ventanas que hay en el frente del barco) se abrían enfrente de mi silla y nos dejaban ver el horizonte, siempre y cuando no lo ocultaban aquellas tremendas olas que íbamos sorteando. Porque yo en mi vida he vuelto a ver unas olas como aquéllas. Unas olas redondas, perfectamente convexas, que se movían rápidamente cogiendo altura y que movían el barco a su antojo. Mi estómago, a modo de giroscopio orgánico detectaban perfectamente el movimiento horizontal de arriba abajo, conforme el barco subía por una vertiente de la ola, llegaba a su cresta, bajaba por la otra y rápidamente volvía a coger la siguiente ola en un bucle sin fin. Y así durante varias horas.

Lo mejor vendría al final, al llegar a Melilla. El temporal era tan fuerte que incluso el abrigo del propio puerto era insuficiente para calmar aquella fiera y el balanceo del barco hacía imposible poner la pasarela por donde normalmente entran y salen los viajeros a pie por uno de los laterales del barco, así que por megafonía nos indicaron que debíamos bajar a la bodega del barco para salir por la puerta por donde embarcan los coches y el resto de mercancias. ¡La virgen! el movimiento del barco hacia arriba y hacia abajo era de por lo menos 1 metro, o metro y medio y una parte de la tripulación estaba en la rampa de entrada a la bodega indicando al grupo de personas que estábamos allí, cuándo podíamos salir. La situación era la siguiente: cuando el balanceo del barco lo hacía bajar, y la rampa daba con el muelle, un grupo de pasajeros, con las maletas en mano (no las íbamos a dejar allí) podíamos bajar rápidamente siguiendo las indicaciones de la tripulación. ¡Alehop!, saltito y estábamos en tierra firme. Cuando el barco volvía a subir, la tripulación cerraba el paso, y esperaban hasta un nuevo movimiento descendente. Y así poco a poco se fue vaciando el barco. Digo yo, porque yo fuí de los primeros en salir. Si se hundía, sería sin mí dentro.

Imagino que los coches tendrían que esperar hasta que el mar se calmara definitivamente, yo que sé (en aquélla época yo no tenía vehículo propio). El caso es que por aquél entonces, hace ya varios años, los familiares podían esperar a los viajeros hasta casi el mismo barco (ahora hay muchisimos puntos de control y es imposible) y recuerdo dar mi saltito para tomar tierra ante la atenta mirada de un montón de melillenses que estaban asistiendo a un espectáculo circense sin pagar entrada ni nada. ¡Menudo morro! Otro consejo: si te toca uno de estos viajes tan moviditos y ya llegando a puerto te entran ganas de mear, aguántate un poquito y no entres en ninguno de los servicios públicos que hay repartidos por el barco. ¿Qué prefieres: descargar tu vejiga o tu estómago? Pues eso, tú mismo.

Para finalizar, yo sinceramente me aventuro a dar un consejo: si vas a ir a conocer Melilla y crees que no vas a ir más veces, no cojas el avión. A pesar de todo lo que he contado, a pesar de todos los pesares... te recomiendo el barco, una y mil veces lo haría. Es imposible en un blog describir los millones de anécdotas que puedes recoger y observar; no hay palabras para describir el ambiente que rodea la partida de cualquiera de estos barcos, tanto si el embarque lo realizas a pie (desde la terminal del puerto) como si llevas vehículo propio y te toca esperar un poco en los parkings de espera (ésto sí que mola, pero de verdad): vivirás un entorno que te ayudará a familiarizarte con lo que te encontrarás ya en Melilla. Para vivir en toda su plenitud un viaje esta ciudad, hay que hacerlo en barco, porque el avión no te ofrece la mismas cosas ni en la misma intensidad. Y esto lo digo en serio.

Y eso si vas. Pero si vienes, te recuerdo que has de pasar una aduana. Y las aduanas si vas en avión o vas en barco sin coche, son como todas las demás. Pero si vas con tu coche... entonces si que la cosa es divertida. ¿Alguna vez la policia te ha parado y ha puesto un perro a olisquear el interior de tu coche y tus maletas? A mi tampoco, pero es lo que normalmente hacen en la aduana de Melilla para venir a la península. A mi aún me acojona. Si yo algún día llevara algo raro en el coche nada más que con mirarme a la cara el policía sabría con precisión hasta la cantidad y peso exacto de la mercancia ilegal: se lo diría con la mirada.

Para terminar, las ventajas de ir en barco se reducen a que es más barato que el avión; pero en cuanto a los inconvenientes... pues son todos; ya me gustaría a mí decir otra cosa, pero es lo que hay y lo que me toca sufrir cada año.

En fin, que todas estas historias, en pleno siglo XXI, cuando los medios de transporte están más desarrollados que nunca, me hacen pensar en las condiciones en las que se desarrollaban las travesías en una época como el siglo XVI, en las que un grupo de soldados, provenientes de Castilla, se adentró en tierras africanas, al mando de Pedro de Estopiñan, y fundaron la ciudad de Melilla en tierras tan lejanas. Pero como la historia debe fluir por sí sola, dejaremos los detalles para la próxima entrega.

Otros capítulos.
Las aventuras africanas de Calamardo (I).El viaje en avión
Las aventuras africanas de Calamardo (II). El viaje a Melilla en barco (1)
Las aventuras africanas de Calamardo (III). El viaje a Melilla en barco (y2)Las aventuras africanas de Calamardo (IV). Melilla la vieja
Las aventuras africanas de Calamardo (V). Toca comer y te regalo la receta del auténtico pinchito moruno

1 comentario:

rjuarezsc dijo...

Hola amigo. Me alegro de encontrar alguien que tenga las mismas aventuras que yo. Llevo dos años viviendo en Melilla y la verdad es que al principio me parecía que vivía en España pero sin vivir en España. Melilla is diferent, decía en muchas ocasiones. Pero hoy te puedo decir que estoy encantado de vivir aquí y además de poder hacerlo.
El hacer un blog sobre Melilla fue por callar a más de uno de mis amigos, que se quedaron en la Península, pensando que me iba a la selva africana, donde los hombres iban en taparrabos y con lanzas bailando las danzas alrededor del fuego. Pero no, muchos son los que me van diciendo que esto es digno de ver y que están preparando su visita a Melilla y por supuesto a mí.
Pues nada, me alegro de que sigamos conectados por blogs y procuraré seguir "investigando" en esta ciudad, para darla a conocer a todos. Hasta mi mujer es seguidora de este blog y de vez en cuando me da alguna aportación. Un saludo