Los cómics que yo descubrí aquella tarde en la mesa del salón de aquel piso, que alguien hoy llamaría "piso-patera", pero que para nosotros era una forma de subsistir como cualquier otra, crearon en mí el mismo efecto que debe sentir cualquier arqueólogo al descubrir, mientras escarba en el suelo, un mosaico romano, con todo lo que eso conlleva: si aquí, en mitad del campo hay un mosaico, significa que si sigo quitando tierra y buscando por los alrededores, encontraré más maravillas ya que aquello sólo podía ser la punta del iceberg.
Los cómics que encontré en realidad me estaban enseñando lo que yo me perdí desde que dejé de ir a la Biblioteca Municipal de Fondo de Bikini y pasé de EGB a BUP y que en definitiva, me mostraban el mismo proceso vital que yo había seguido desde entonces: al igual que yo, el cómic se había hecho un poco más mayor. Pero por diversos motivos yo me perdí aquella evolución y ahora se me estaba mostrando ante mí en una pequeña muestra. No es que los cómics de Blueberry, Iznogoud, etc. que yo leía hubieran quedado anticuados, ni nada de eso, no. Lo que ocurría es que había otra forma de hacer y de leer cómics, y yo lo acababa de descubrir. Así pues, al igual que el arqueólogo que se ha encontrado el mosaico romano decide que va a seguir buscando por la zona más restos importantes, que seguro que más pronto que tarde saldrán a flote, yo decidí seguir escarbando para ver qué me encontraba.
Y me encontré con un mundo que yo no conocía. Resulta que desde finales de la década de los 70 hasta principios de los 90, existió una editorial que participó activamente en el llamado "Boom" del cómic en España (como quedó demostrado, no fue sino una burbuja que explotó, y lo hizo a lo grande, a comienzos de la década de 1990). Fueron años de gran productividad y de relativo gran éxito que produjeron que el cómic fuera un producto habitual de los kioscos. Todo este proceso se basó en un modelo de edición clásico, que hoy día ya no existe ni tiene sentido: el elemento principal, y sobre el que gira todo, es una publicación periódica en forma de revista con producción propia y/o ajena, con periodicidad normalmente mensual, en donde se van publicando series por entregas y que luego son recopiladas en álbumes individuales las que han tenido más éxito y repercusión. En realidad esta forma de publicación no presentaba nada nuevo, de hecho las grandes colecciones clásicas del cómic europeo que yo ya conocía, desde Astérix a Blueberry, pasando por Tintín, seguían este mismo modelo, aunque yo no lo sabía, claro, ya que a mi me llegaron siempre en forma de álbum.
Pero ¿qué pasó con el Imperio Romano? Como cualquier otra gran civilización antigua, supuso un enorme salto cualitativo en lo relativo al arte, y fueron grandes precursores en cuanto a técnicas arquitectónicas se refiere. Una vez que el Imperio Romano cayó, también desapareció su forma de entender el arte y de hacerlo. Hubo entonces un gran vacio. Pasaron un buen montón de años, de siglos, hasta que se volvió a alcanzar de nuevo un nivel similar en cuanto a la calidad en la ejecución de las obras de arte. Pues bien, eso fue lo que pasó a comienzos de la década de los 90 cuando la burbuja del cómic explotó en España: sólo quedaron los recuerdos y las ruinas de algo que en su día gozó de gran esplendor. Una nueva civilización debia de volver a construirse desde cero, pero aún no se sabía cuánto tiempo debía de pasar para llegar de nuevo a aquellas cotas de perfección.
En el mundo del cómic pasó algo parecido: toda la creatividad y productividad desaparecieron casi por completo. Los grandes autores, los que consiguieron sobrevivir, siguieron trabajando para el mercado extranjero. Luego sus obras volvían a España a través de la compra de esos derechos por parte de las editoriales nacionales que quedaban, ya que salía más barato este sistema que hacer el encargo de un álbum a un autor en concreto. De hecho, este sistema sigue vigente todavía: los autores nacionales trabajan casi al 100% para el mercado franco-belga e italiano, principalmente.
El bajón productivo, y creativo, de comienzos de la década de los 90 fue impresionante. De hecho, no fue hasta hace bien poco que podría decirse que ha habido cierta recuperación (en mi opinión, claro), pero que habría que buscarla más en los esfuerzos personales e individuales de ciertos autores, mas que como síntoma de recuperación del medio (y que creo sinceramente que ese nivel de los 80 no se recuperará jamás).
Así pues, las ruinas que dejó el boom del cómic en España, no fueron en forma de viejos muros de piedra, claro, sino que los restos de aquélla época son los álbumes que, aún hoy día, es posible encontrar en tiendas de saldo y de segunda mano; auténticas joyas que nos hablan de que hubo un tiempo donde la creatividad campaba a sus anchas. Son los álbumes de la Editorial Toutain.
Parte de los cómics que descubrí en la mesa de aquél piso eran de esta editorial y uno de ellos era de un dibujante llamado Fernando de Felipe, con un tal Oscar Aibar en los guiones, de los cuales evidentemente no sabía nada, excepto aquel álbum que tenían en mis manos titulado ADN y que estaba lleno de viñetas y de imágenes incómodas e inquietantes, que a pocos dejan indiferente. De Felipe, con un estilo gráfico directo e impactante, era capaz de crear un mundo de naturaleza onírica, propio de la peor pesadilla. El álbum estaba constituido por varias historias cortas, autoconclusivas, siguiendo el formato de la época, de 8 páginas, donde se trataban temas relacionados con la manipulación genética, los experimentos descontrolados y las repercusiones que puede tener dejar en manos de descerebrados este tipo de actividades. Especialmente sobrecogedora es la historia número 9, donde la última viñeta es un auténtico resumen, creo yo, de las obsesiones y los temas recurrentes de De Felipe en toda su obra.
El álbum contenía tanto historias en color como en blanco y negro, y aunque en blanco y negro el dibujo de De Felipe no perdía fuerza, es con la aplicación del color, tan particular y propia del autor, cuando su grafismo alcanza unos niveles y una fuerza díficiles de superar. Después de este primer puñetazo, que fue lo que supuso realmente para mi "ADN", fui en busca del resto de la obra de este autor, y poco a poco conseguí hacerme con todos sus títulos, cada cual más increible. Yo sigo pensando que su mejor álbum es "Museum", donde hace un repaso de las obsesiones y depravaciones que puede acarrear el coleccionismo compulsivo llevado hasta al límite. La verdad es que toda la obra de De Felipe tiene un nivel altísimo de calidad y poco a poco fui consiguiendo el resto de sus cómics publicados:
- Nacido Salvaje: donde ofrece su particular visión de la guerra de Vietnam.
- S.O.U.L.: para mi el más flojo de sus títulos.
- Marketing & Utopía. Made in Usa: que refleja las miserias de la sociedad norteamericana más oculta.
- El hombre que ríe: la adaptación libre de la obra de Victor Hugo.
- Museum.
- Black & Decker. Es una serie, que se ha quedado inconclusa, y de la cual se publicaron dos títulos: "Rio de fuego" y "Yellow Moon".
- También en su haber se encuentra una pequeña historia en el álbum Pop español y varias ilustraciones como portadas para libros y ese tipo de cosas.
poco que lo conoces, te das cuenta de la miseria (no sólo económica) que le rodea. Es una pena, pero es así. Creo que ahora se dedica a impartir clases de cine o algo así en la Universidad de Bellaterra, en Barcelona, y a escribir ocasionalmente algún guión para cine y escribir tambien libros sobre esta materia. Durante mucho tiempo tuve la esperanza de que volviera a hacer cómics, donde sin duda se le recibiría con los brazos abiertos, pero dudo mucho, por lo que he leído por ahí, que él tenga muchas ganas de hacerlo.
Realmente, una gran parte de culpa de mi afición actual por los cómics se la debo a De Felipe, y con su marcha del medio, tambien se fue, en cierta medida, una parte de mi afición. En los años de creación de mi colección actual, la investiga´ción y localización de alguna de sus obras era como el proceso que sigue un arqueólogo que descubría el mosaico del que hablabamos al principio; y recuerdo perfectamente un día de 1997 cuando me enteré de que había publicado un nuevo álbum (que luego se convertiría, con el tiempo, en el último) y me lo compré inmediatamente, porque cada nuevo álbum encontrado suyo despertaba en mí el mismo interés y emoción que en su día me hacía sentir una nueva película de Steven Spielberg. Cuando Spielberg, era Spielberg, quiero decir, y cuando uno se dedica a descubrir cosas nuevas que le tocan ciertas fibras que le despiertan el alma y que le marcan para siempre; cuando miras al mundo con los ojos bien abiertos, sorprendiéndote con cada cosa e intentando no perderte nada, en definitiva.
Poco a poco me hice con toda la obra de De Felipe y especialmente traumático fue el caso de uno de sus títulos cuya adquisición para mí se convirtió en algo casi obsesivo: El hombre que ríe. Durante varios años estuve buscándolo por librerías de segunda mano y de ofertas, y hubo una epoca donde, si lo hubiera encontrado o alguien me lo hubiera vendido, habría pagado... yo que sé, lo que me pidieran. Este título se había convertido en mi particular Santo Grial. El caso es que en 1999, la editorial Glénat publicaba una nueva edición de este álbum, y aquello fue la noticia del año. Sin embargo, aunque esta nueva edición era más que digna, la de Toutain seguía teniendo para mí ciertos matices míticos: se hablaba de una paginación diseñada por el propio autor que en la edición de Glénat desaparecía, o de un libro de bocetos con las pruebas del autor para hacer el álbum. Era una edición de lujo para la época, publicado incluso en rústica, algo poco habitual para los cómics editados por Toutain. Yo quería aquello también para mi colección.
Y llegamos así al año 2006, donde me invitan a asistir a una reunión de bibliotecarios aficionados al cómic que se iba a celebrar en el marco del Salón del cómic de Barcelona. Y mientras espero a que sea la hora, me doy una vuelta por los stands y descubro, en uno de ellos, una pila de álbumes, unos puestos encima de otros, sin orden ni concierto: "El hombre que ríe" edición de Toutain, con su plástico protector inicial con el que fue vendido diez años atrás, y con el pequeño libro de bocetos dentro. Había por lo menos 20 volúmenes, 30, 40... yo que sé los que había, casi todos ellos en perfecto estado, aunque había algunos que la humedad les había atacado sin posibilidad de arreglo. Simplemente me puse nervioso de ver aquello y pensé "¿dónde habíais estado hasta ahora?".... El caso es que lo segundo que pensé fue "¿hasta cuánto estoy dispuesto a pagar para llevarme uno en buen estado?"... no hizo falta esperar mucho para encontrar una respueta: entre aquellos volúmenes encontre un pequeño papel, con un color chillón, que ponia el precio de cada uno de aquellos santos griales amontonados en el suelo: unos miserables 4 euros.
No se si fue que la búsqueda duró más años de los que eran necesarios; o si simplemente fue por dar por terminada esta persecución que duró 14 años; o porque la edición de Glénat que compré unos años atrás le quitó cierta magia al asunto; o si fue por ver todos aquellos volúmenes amontonados sin orden ni concierto en el suelo, con un precio tan rebajado, que incluso le hacía rebajarse como objeto de culto... El caso es que una vez que pagué por el ejemplar que yo mismo elegí, el placer por su adquisición no fue el esperado. Suele ocurrir cuando obtienes algo largamente buscado, imagino. Supongo que también tiene algo que ver que lo que tú has adorado como un auténtico tesoro durante años, te lo encuentres casi tirado en el suelo, amontonado y lleno de polvo. La verdad es que en definitiva, fue una visión un poco triste.
Ahora ese ejemplar ocupa un lugar cualquiera en mi colección, y he de decir que ahora mismo no sabría decir dónde se encuentra el libro de bocetos, aunque lo tengo en casa, seguro, pero no sé dónde. Yo sigo descubriendo pequeñas ruinas de aquella época pasada; siguen saliendo pequeñas muestras de un esplendor pasado de Toutain que ya no volverá. Sólo es cuestión de pasarse por tiendas de saldos para conseguir pequeños trozos del pasado que seguirán alimentando mi colección, ubicada ahora en las nuevas estanterias Ikea de color Wengue que, inexplicablemente, nunca cogen polvo ;-).