lunes, 28 de junio de 2010

Mis autores favoritos (yII): Juan Giménez, Fernando de Felipe y el Imperio Romano de Toutain

Los cómics que yo descubrí aquella tarde en la mesa del salón de aquel piso, que alguien hoy llamaría "piso-patera", pero que para nosotros era una forma de subsistir como cualquier otra, crearon en mí el mismo efecto que debe sentir cualquier arqueólogo al descubrir, mientras escarba en el suelo, un mosaico romano, con todo lo que eso conlleva: si aquí, en mitad del campo hay un mosaico, significa que si sigo quitando tierra y buscando por los alrededores, encontraré más maravillas ya que aquello sólo podía ser la punta del iceberg.

Los cómics que encontré en realidad me estaban enseñando lo que yo me perdí desde que dejé de ir a la Biblioteca Municipal de Fondo de Bikini y pasé de EGB a BUP y que en definitiva, me mostraban el mismo proceso vital que yo había seguido desde entonces: al igual que yo, el cómic se había hecho un poco más mayor. Pero por diversos motivos yo me perdí aquella evolución y ahora se me estaba mostrando ante mí en una pequeña muestra. No es que los cómics de Blueberry, Iznogoud, etc. que yo leía hubieran quedado anticuados, ni nada de eso, no. Lo que ocurría es que había otra forma de hacer y de leer cómics, y yo lo acababa de descubrir. Así pues, al igual que el arqueólogo que se ha encontrado el mosaico romano decide que va a seguir buscando por la zona más restos importantes, que seguro que más pronto que tarde saldrán a flote, yo decidí seguir escarbando para ver qué me encontraba.

Y me encontré con un mundo que yo no conocía. Resulta que desde finales de la década de los 70 hasta principios de los 90, existió una editorial que participó activamente en el llamado "Boom" del cómic en España (como quedó demostrado, no fue sino una burbuja que explotó, y lo hizo a lo grande, a comienzos de la década de 1990). Fueron años de gran productividad y de relativo gran éxito que produjeron que el cómic fuera un producto habitual de los kioscos. Todo este proceso se basó en un modelo de edición clásico, que hoy día ya no existe ni tiene sentido: el elemento principal, y sobre el que gira todo, es una publicación periódica en forma de revista con producción propia y/o ajena, con periodicidad normalmente mensual, en donde se van publicando series por entregas y que luego son recopiladas en álbumes individuales las que han tenido más éxito y repercusión. En realidad esta forma de publicación no presentaba nada nuevo, de hecho las grandes colecciones clásicas del cómic europeo que yo ya conocía, desde Astérix a Blueberry, pasando por Tintín, seguían este mismo modelo, aunque yo no lo sabía, claro, ya que a mi me llegaron siempre en forma de álbum.

Pero ¿qué pasó con el Imperio Romano? Como cualquier otra gran civilización antigua, supuso un enorme salto cualitativo en lo relativo al arte, y fueron grandes precursores en cuanto a técnicas arquitectónicas se refiere. Una vez que el Imperio Romano cayó, también desapareció su forma de entender el arte y de hacerlo. Hubo entonces un gran vacio. Pasaron un buen montón de años, de siglos, hasta que se volvió a alcanzar de nuevo un nivel similar en cuanto a la calidad en la ejecución de las obras de arte. Pues bien, eso fue lo que pasó a comienzos de la década de los 90 cuando la burbuja del cómic explotó en España: sólo quedaron los recuerdos y las ruinas de algo que en su día gozó de gran esplendor. Una nueva civilización debia de volver a construirse desde cero, pero aún no se sabía cuánto tiempo debía de pasar para llegar de nuevo a aquellas cotas de perfección.

En el mundo del cómic pasó algo parecido: toda la creatividad y productividad desaparecieron casi por completo. Los grandes autores, los que consiguieron sobrevivir, siguieron trabajando para el mercado extranjero. Luego sus obras volvían a España a través de la compra de esos derechos por parte de las editoriales nacionales que quedaban, ya que salía más barato este sistema que hacer el encargo de un álbum a un autor en concreto. De hecho, este sistema sigue vigente todavía: los autores nacionales trabajan casi al 100% para el mercado franco-belga e italiano, principalmente.

El bajón productivo, y creativo, de comienzos de la década de los 90 fue impresionante. De hecho, no fue hasta hace bien poco que podría decirse que ha habido cierta recuperación (en mi opinión, claro), pero que habría que buscarla más en los esfuerzos personales e individuales de ciertos autores, mas que como síntoma de recuperación del medio (y que creo sinceramente que ese nivel de los 80 no se recuperará jamás).

Así pues, las ruinas que dejó el boom del cómic en España, no fueron en forma de viejos muros de piedra, claro, sino que los restos de aquélla época son los álbumes que, aún hoy día, es posible encontrar en tiendas de saldo y de segunda mano; auténticas joyas que nos hablan de que hubo un tiempo donde la creatividad campaba a sus anchas. Son los álbumes de la Editorial Toutain.

Parte de los cómics que descubrí en la mesa de aquél piso eran de esta editorial y uno de ellos era de un dibujante llamado Fernando de Felipe, con un tal Oscar Aibar en los guiones, de los cuales evidentemente no sabía nada, excepto aquel álbum que tenían en mis manos titulado ADN y que estaba lleno de viñetas y de imágenes incómodas e inquietantes, que a pocos dejan indiferente. De Felipe, con un estilo gráfico directo e impactante, era capaz de crear un mundo de naturaleza onírica, propio de la peor pesadilla. El álbum estaba constituido por varias historias cortas, autoconclusivas, siguiendo el formato de la época, de 8 páginas, donde se trataban temas relacionados con la manipulación genética, los experimentos descontrolados y las repercusiones que puede tener dejar en manos de descerebrados este tipo de actividades. Especialmente sobrecogedora es la historia número 9, donde la última viñeta es un auténtico resumen, creo yo, de las obsesiones y los temas recurrentes de De Felipe en toda su obra.

El álbum contenía tanto historias en color como en blanco y negro, y aunque en blanco y negro el dibujo de De Felipe no perdía fuerza, es con la aplicación del color, tan particular y propia del autor, cuando su grafismo alcanza unos niveles y una fuerza díficiles de superar. Después de este primer puñetazo, que fue lo que supuso realmente para mi "ADN", fui en busca del resto de la obra de este autor, y poco a poco conseguí hacerme con todos sus títulos, cada cual más increible. Yo sigo pensando que su mejor álbum es "Museum", donde hace un repaso de las obsesiones y depravaciones que puede acarrear el coleccionismo compulsivo llevado hasta al límite. La verdad es que toda la obra de De Felipe tiene un nivel altísimo de calidad y poco a poco fui consiguiendo el resto de sus cómics publicados:

  • Nacido Salvaje: donde ofrece su particular visión de la guerra de Vietnam.
  • S.O.U.L.: para mi el más flojo de sus títulos.
  • Marketing & Utopía. Made in Usa: que refleja las miserias de la sociedad norteamericana más oculta.
  • El hombre que ríe: la adaptación libre de la obra de Victor Hugo.
  • Museum.
  • Black & Decker. Es una serie, que se ha quedado inconclusa, y de la cual se publicaron dos títulos: "Rio de fuego" y "Yellow Moon".
  • También en su haber se encuentra una pequeña historia en el álbum Pop español y varias ilustraciones como portadas para libros y ese tipo de cosas.
Desgraciadamente, Fernando de Felipe no sólo abandonó el mundo del cómic, sino que parece ser que incluso reniega de él. Imagino que salio bastante escaldado de la experiencia, porque si no, no me explico como uno de los grandes autores de cómic españoles dio la espantada como respuesta. Y es que, degraciadamente, por lo que conozco, tengo la impresión de que el mundillo del cómic en España deja bastante que desear y, a
poco que lo conoces, te das cuenta de la miseria (no sólo económica) que le rodea. Es una pena, pero es así. Creo que ahora se dedica a impartir clases de cine o algo así en la Universidad de Bellaterra, en Barcelona, y a escribir ocasionalmente algún guión para cine y escribir tambien libros sobre esta materia. Durante mucho tiempo tuve la esperanza de que volviera a hacer cómics, donde sin duda se le recibiría con los brazos abiertos, pero dudo mucho, por lo que he leído por ahí, que él tenga muchas ganas de hacerlo.

Realmente, una gran parte de culpa de mi afición actual por los cómics se la debo a De Felipe, y con su marcha del medio, tambien se fue, en cierta medida, una parte de mi afición. En los años de creación de mi colección actual, la investiga´ción y localización de alguna de sus obras era como el proceso que sigue un arqueólogo que descubría el mosaico del que hablabamos al principio; y recuerdo perfectamente un día de 1997 cuando me enteré de que había publicado un nuevo álbum (que luego se convertiría, con el tiempo, en el último) y me lo compré inmediatamente, porque cada nuevo álbum encontrado suyo despertaba en mí el mismo interés y emoción que en su día me hacía sentir una nueva película de Steven Spielberg. Cuando Spielberg, era Spielberg, quiero decir, y cuando uno se dedica a descubrir cosas nuevas que le tocan ciertas fibras que le despiertan el alma y que le marcan para siempre; cuando miras al mundo con los ojos bien abiertos, sorprendiéndote con cada cosa e intentando no perderte nada, en definitiva.

Poco a poco me hice con toda la obra de De Felipe y especialmente traumático fue el caso de uno de sus títulos cuya adquisición para mí se convirtió en algo casi obsesivo: El hombre que ríe. Durante varios años estuve buscándolo por librerías de segunda mano y de ofertas, y hubo una epoca donde, si lo hubiera encontrado o alguien me lo hubiera vendido, habría pagado... yo que sé, lo que me pidieran. Este título se había convertido en mi particular Santo Grial. El caso es que en 1999, la editorial Glénat publicaba una nueva edición de este álbum, y aquello fue la noticia del año. Sin embargo, aunque esta nueva edición era más que digna, la de Toutain seguía teniendo para mí ciertos matices míticos: se hablaba de una paginación diseñada por el propio autor que en la edición de Glénat desaparecía, o de un libro de bocetos con las pruebas del autor para hacer el álbum. Era una edición de lujo para la época, publicado incluso en rústica, algo poco habitual para los cómics editados por Toutain. Yo quería aquello también para mi colección.

Y llegamos así al año 2006, donde me invitan a asistir a una reunión de bibliotecarios aficionados al cómic que se iba a celebrar en el marco del Salón del cómic de Barcelona. Y mientras espero a que sea la hora, me doy una vuelta por los stands y descubro, en uno de ellos, una pila de álbumes, unos puestos encima de otros, sin orden ni concierto: "El hombre que ríe" edición de Toutain, con su plástico protector inicial con el que fue vendido diez años atrás, y con el pequeño libro de bocetos dentro. Había por lo menos 20 volúmenes, 30, 40... yo que sé los que había, casi todos ellos en perfecto estado, aunque había algunos que la humedad les había atacado sin posibilidad de arreglo. Simplemente me puse nervioso de ver aquello y pensé "¿dónde habíais estado hasta ahora?".... El caso es que lo segundo que pensé fue "¿hasta cuánto estoy dispuesto a pagar para llevarme uno en buen estado?"... no hizo falta esperar mucho para encontrar una respueta: entre aquellos volúmenes encontre un pequeño papel, con un color chillón, que ponia el precio de cada uno de aquellos santos griales amontonados en el suelo: unos miserables 4 euros.

No se si fue que la búsqueda duró más años de los que eran necesarios; o si simplemente fue por dar por terminada esta persecución que duró 14 años; o porque la edición de Glénat que compré unos años atrás le quitó cierta magia al asunto; o si fue por ver todos aquellos volúmenes amontonados sin orden ni concierto en el suelo, con un precio tan rebajado, que incluso le hacía rebajarse como objeto de culto... El caso es que una vez que pagué por el ejemplar que yo mismo elegí, el placer por su adquisición no fue el esperado. Suele ocurrir cuando obtienes algo largamente buscado, imagino. Supongo que también tiene algo que ver que lo que tú has adorado como un auténtico tesoro durante años, te lo encuentres casi tirado en el suelo, amontonado y lleno de polvo. La verdad es que en definitiva, fue una visión un poco triste.

Ahora ese ejemplar ocupa un lugar cualquiera en mi colección, y he de decir que ahora mismo no sabría decir dónde se encuentra el libro de bocetos, aunque lo tengo en casa, seguro, pero no sé dónde. Yo sigo descubriendo pequeñas ruinas de aquella época pasada; siguen saliendo pequeñas muestras de un esplendor pasado de Toutain que ya no volverá. Sólo es cuestión de pasarse por tiendas de saldos para conseguir pequeños trozos del pasado que seguirán alimentando mi colección, ubicada ahora en las nuevas estanterias Ikea de color Wengue que, inexplicablemente, nunca cogen polvo ;-).

martes, 22 de junio de 2010

Mis recetas favoritas: sopa

Al contrario de lo que le ocurre a Mafalda, a Calamardita le encanta la sopa. Prefiere mil veces un buen plato de sopa que uno de patatas fritas, por ejemplo. Esto me lleva a cocinar cantidades ingentes de sopa de forma periódica, para así poder ir congelándolas en raciones individuales e ir utilizándolas poco a poco según vaya necesitando. Da igual que estemos a 3 grados bajo cero que cercanos a los 40; cuando Calamardita quiere sopa suena el zafarrancho de combate y hay que tener siempre preparada una ración. Mi costumbre, como digo, es congelar el caldo en raciones individuales con el pollo ya troceado y deshuesado. De esta forma, sólo tengo que descongelarlo, calentarlo y echarle fideos, letras o estrellas, dependiendo de la decisión de Calamardita. Bueno, a veces le cuelo estrellas por letras, pero como todavía no termina de distinguirlas bien, pues el truqui me vale, pero claro, este pequeño engaño tiene fecha de caducidad, evidentemente.

Una de las cosas buenas de Calamardita (aparte de parecerse cada vez más a Calamarda) es que tiene una memoria prodigiosa y si hace tres días te dijo que hoy quería sopa, debes apañártelas como sea, porque ten por seguro que ese día habrá que cenar sopa si no quieres tener un drama en casa. Esta previsión alimentaria me favorece el trabajo, ya que si veo que en el congelador no queda ninguna ración, siempre hay tiempo de ir a comprar los ingredientes necesarios. Y por supuesto tengo una máxima que debo cumplir siempre: los calditos concentrados que venden en forma de cubitos hipercalóricos e hipersalados que se los meta el que los ha hecho por donde le quepa: en mi cocina hace años que no entran ese tipo de venenos prefabricados hechos con sobras que te venden como si fueran productos gourmet. Además, antes compraba la verdura en esos bandejas preparadas que ya vienen envasados en los supermercados y grandes superficies, pero me he dado cuenta de que no hay punto de comparación con la calidad que obtienes si los compras de forma separada en una buena frutería, así que eso es lo que hago. En cuanto al pollo, también hace tiempo que dejé de comprar esas bandejas en supermercados, ya que la calidad que te ofrece una buena pollería, supera, con mucho, la de estos lugares.

Así pues, los ingredientes para hacer una rica sopa calamarda son los siguientes (el que quiera cantidades exactas, ya sabe que existe una web del Canal Cocina que es la repera y esta mucho mejor diseñada que este blog). Antes de que se me olvide: este caldo que yo utilizo para sopa, es perfectamente válido, como veremos cuando corresponda, para hacer croquetas o como base para el caldo a añadir a un buen arroz en paella. Necesitamos, pues, lo siguiente:

- Varias zanahorias.
- La mitad de un repollo de tamaño normal.
- Apio (el de la foto esta un poco pocho, pero al frutero no le quedaba otro y había que apañarse con lo que había).
- Un buen nabo (con perdón).
- Un par de puerros.
- Un buen trozo de tocino.
- Una jugosa pechuga de pollo.
- Unos muslos de pollo.
- Una carcasa de pollo. Últimamente he descubierto que añadir esta carcasa le da un sabor extraordinario a la sopa, y por supuesto, la compro siempre en la pollería de confianza, jamás la compro en un supermercado, no vayamos a liarla. Yo no le echo aceite, ya que con el pollo, y sobre todo el tocino, se aporta la cantidad suficiente de grasa.

Como puede comprobarse, uno de los grandes secretos de la receta está en juntar un buen nabo con una jugosa pechuga, porque de esa combinación maravillosa surgen siempre, como no podía suceder de otra manera, grandes caldos.

El siguiente paso es poner en una buena olla donde quepa todo eso, un montón de agua y sal, que pondremos a hervir a fuego vivo mientras vamos pelando toda la verdura. Hay que tener en cuenta que la verdura crece en la tierra (¡puagh!) y habrá de pelarse bien, tanto el nabo como el resto de verduras, y enjuagarla covenientemente con agua del grifo, para quitar posibles restos indeseados, sobre todo teniendo cuidadín con los plieges del repollo, los puerros y el apio.  Ésta de pelar las verduras es la parte mas coñazo de la receta, y por esa razón ha venido a echar una mano Bob Esponja (hale, ya tengo más visitas del Google) que además se huele que esta noche va a cenar a base de bien.
No hay nada mejor que una reunión de grandes amigos, alrededor de una buena cerveza mientras se hace la comida

En cuanto al pollo, pues yo lo pongo sin piel, por lo que le digo al pollero que me limpie los muslos (del pollo, no vayamos ahora con tonterías). Luego ya reviso yo en casa la carcasa, y la pechuga como te la da ya limpia, pues nada, a la olla.

Así que una vez que está el agua caliente, y la verdura y el pollo limpio cada uno por su lado, echamos en la olla ya caliente toda la verdura y el trozo de tocino. Lo que yo hago es llevar todo eso a ebullición, y cuando está ya bien caliente el agua, pues le pongo el pollo. Bajo el fuego a la mitad, para que ¡chup chup! se vaya haciendo poco a poco y se vayan juntando los sabores y las sustancias que cada ingrediente aporta. De vez en cuando vamos desespumando los posibles restos que van subiendo a la superficie, para obtener un caldo lo más limpio posible. Después de dos horas de cocción tenemos ya prácticemente hecha la sopa, y los sabores, sustancias, vitaminas y todo lo que pueda aportar cada uno de los ingredientes por separado, se han juntado en una maravillosa preparación de potente sabor. Como a mí me gusta que el caldo resultante tenga un color blanco intenso, he descubierto que la última media hora de cocción bajo el fuego al mínimo tapando la olla, y en el último momento, durante 10 minutos le arreo fuego a toda pastilla y logro, no sé por qué razón, el color deseado. Yo creo que tiene que ver con la grasa que aporta el tocino y el pollo, ya que ese último golpe de calor intenso probablemente provoque su disolución completa y su integración con el agua. Yo que sé.

El caso es que una vez que está la sopa terminada, lo que hago es colar el caldo para que quede limpio. Separo las verduras del pollo, el cual deshueso y desmenuzo para ir distribuyéndolo poco a poco en las raciones individuales, que irán directas al congelador, con la fecha de envasado, una vez que se haya enfriado. En cuanto a la verdura resultante, el repollo y las zanahorias pueden aprovecharse para una buena cena, regado con buen aceite de oliva extra virgen, y aliñados con sal y un poquito de pimentón (al gusto), que recién me acaba de traer un gran amigo desde la Comarca de la Vera, en Extremadura: ¡gracias por leer el blog y por acordaros de mí durante el viaje!, siempre es un placer quedar con vosotros.

En las noches frías de Madrid, un buen plato de esta sopa hace que se repongan fuerzas y se alimente el alma, aportando la fuerza necesaria para levantarse al día siguiente y seguir adelante, en estos tiempos complicados que nos ha tocado vivir.

Amén, y que aproveche.

lunes, 7 de junio de 2010

Mis autores favoritos (I): Juan Giménez, Fernando de Felipe y el Imperio Romano de Toutain

El descubrimiento de las primeras ruinas de una civilización perdida
En 1993 yo compartía piso con otros amigos estudiantes universitarios en un piso de Granada, después de dejar Fondo de Bikini y salir de debajo de las faldas de la Sra. Tentáculos. Por aquella época yo ya era aficionado a los cómics, aunque mi perspectiva de este mundo cambió cuando un día vine de la facultad, harto de escuchar majaderías sin sentido, y me encontré aquellos volúmenes encima de la mesa del salón.

Siempre he sido un gran lector de cómics, desde niño, cuando aprovechaba las tardes libres que me dejaban mis tareas del colegio para ir a una pequeña habitación que, en aquellos tiempos de principios de la década de los 80, alguien llamaba de forma generosa "Biblioteca Municipal de Fondo de Bikini". Mis lecturas se basaban en Tintín (en aquellas ediciones en las que el lomo venía cosido en tela y hoy cuestan un fortunón) y Astérix, ya que era lo que había disponible; y fue allí, en aquella habitación oscura que olía a cerrado donde nació mi afición por los cómics. No tengo recuerdos de cuándo fui por primera vez a esa biblioteca, ni tampoco me acuerdo de por qué yo empecé a leer cómics allí, ni tampoco consigo tener recuerdo alguno de quién me dijo que existía algo así como un sitio lleno de libros y cómics donde uno podía ir a leer gratis lo que quisiera. Simplemente me acuerdo de que por las tardes yo iba a leer cómics allí, sólo cómics.

Además, tuve la enorme fortuna de que el mejor MAESTRO que uno haya podido encontrarse en su vida se cruzara en mi camino: D. Manuel Motos. Mi profesor de Ciencias sociales e Historia durante 6º, 7º y 8º de la antigua EGB. Este profesor montó en su aula la mejor biblioteca de cómics que uno pudiera desear en aquel momento: había colecciones (incompletas todas ellas, eso sí) de Astérix, Tintín, Blueberry, Iznogoud, Lucky Lucke, Valerian, Mac Coy... lo mejor del cómic francobelga en las históricas colecciones de Grijalbo en cartoné. Con 11 o 12 años, ya pude leer obras de Carlos Giménez como "Paracuellos. Auxilio Social" y recuerdo perfectamente la sensación de intranquilidad que me provocaban aquellos niños de ojos grandes y apariencia tristísima... ¿Quién me iba a decir que muchos años después conocería y me tomaría un café en casa de la persona que los dibujó? Por otra parte, había la posibilidad de poder llevarse a casa estas obras mediante préstamo, por lo que todo eran facilidades para la lectura. Se puede decir que tanto la "Biblioteca Municipal de Fondo de Bikini" como la biblioteca escolar que montó D. Manuel Motos, me influenciaron 100% no sólo en mi formación como lector, especialmente como lector de cómics, sino también que marcaron, para bien o para mal, mi formación académica y profesional.

Además de estas lecturas, como buenamente podía la Sra. Tentáculos en casa, porque los cómics siempre han sido caros, por lo menos desde que yo los conozco; la Sra. Tentáculos, como digo, siempre que podía llevaba a casa de vez en cuando algún que otro Mortadelo en aquellos días de cama y manta por culpa de las enfermades que los niños suelen tener cuando son pequeños. Como cualquier hijo de vecino, ante cualquier enfermedad que requiriera los cuidados de una madre atenta, uno debía quedarse en casa reposando la fiebre de los resfriados y los dolores de barriga o de oído, y esos momentos eran más llevaderos con un Mortadelo en la mano, y con las atenciones de una madre preocupada y siempre al quite ante cualquier problema, con respuesta para todo.
En mi última época como estudiante de EGB, recuerdo que llegó a la biblioteca escolar una remesa de cómics que ya me pusieron sobrealerta de que había algo más que yo no conocía: de repente aparecieron en el aula un montón de cajas llenas de "Comix Internacional", "Zona 84", "1984"... y recuerdo que me quedé totalmente pasmado de lo que aquel tipo de cómic me estaba ofreciendo (además de porque salían mujeres en pelotas, ¡glups!), y me quedé especialmente fascinado por la forma de dibujar aviones de un autor que, por aquel entonces, para mí no tenía nombre; sólo un "Giménez" aparecía escrito en algunas viñetas. Y entonces hice algo que no debía: en una de esas revistas me encontré con una historia de 8 páginas, titulada "Entropía", con unos dibujos increibles. Trataba de aviones de la Segunda Guerra Mundial, que eran atacados por cazas alemanes y de repente aparecen naves espaciales, y donde antes había aviones, ahora hay naves, y donde antes aparecían naves, ahora había bombarderos. Yo no entendía nada (de hecho no entendía ni lo que significaba el título de esa historia), pero aquellos dibujos me estaban diciendo algo, aunque todavía no sabía qué. Así que tomé la decisión de que aquellas hojas debían ser mías; cogí unas tijeras, las recorté, las metí cuidadosamente en un cuaderno y me las llevé a casa. Durante años y años yo miraba y remiraba aquellas páginas robadas e intentaba averiguar a qué cómic pertenecían (ojo, que en milnovecientosochentaytantos no existía internet, ¿vale?). Casi 30 años después aún conservo aquellos recortes, guardados con cuidado entre las páginas del álbum al que pertenecen realmente, un álbum que compre, 20 años después, y firmado por el propio autor: "Cuestión de tiempo".

Una vez que terminé la EGB e inicié mis estudios de Bachillerato mi afición quedó en un estado de hibernación, un prolongado letargo que duró varios años en los que apenas leía algún que otro Mortadelo que seguía cayendo en mis manos ya que, por cuestiones de deberes de estudio, dejé de ir a la Biblioteca Municipal, y la biblioteca del centro donde estaba estudiando era prácticamente inexistente. Por otro lado, Fondo de Bikini no es que sea el lugar ideal donde comprar cómics. En la "Librería nueva", que es como conocíamos a la papelería-librería que había cerca de casa, de vez en cuando aparecía algo, imagino que como consecuencia de algún saldo o descatalogación de algún distribuidor, más que como signo claro de que se pudiera crear alguna que otra sinergia que permitiera la adquisición de cómics de forma más o menos normalizada. Con el paso del tiempo, y conforme mi colección iba creciendo, alguna que otra vez la Sra. Tentáculos me dice a grito pelado que a ver qué hace con tantos cómics, que en la casa de Fondo de Bikini no hay sitio y que tengo más que en todas las librerías del pueblo juntas, algo que nunca jamás he dudado que no fuera cierto, realmente.

Y así llegamos a aquella tarde en Granada en la que descubrí, encima de la mesa del salón, en aquel piso con piscina que sólo podíamos pagar porque éramos 7 estudiantes compartiendo piso, cada uno de su madre y de su padre, excepto yo y mi hermano, que dice la Sra. Tentáculos que compartimos padre y madre, y otros dos amigos hermanos que compartían madre y padre entre ellos (y que con el tiempo se convertirían en mi familia política -aunque yo aún no podía saberlo-); descubrí, insisto, varios ejemplares de un manga llamado "Akira", un cómic titulado "ADN", de un tal Fernando de Felipe y otro llamado "Basura" de un tío que firmaba como "Giménez" en algunas viñetas, y que respondía al nombre de Juan Giménez.